Y mientras la veía alejarse en
aquella atmósfera ligeramente otoñal, me asaltó una nostalgia indefinida, como
la que se siente por todo lo que uno ha deseado una y otra vez, sin llegar a
poseerlo nunca. Por algún mecanismo perverso, eso es lo que termina añorándose,
más que lo que de verdad se tuvo.
Eso pretendían los malos
alquimistas. La verdadera trasmutación consistía en mejorar la naturaleza del
propio alquimista, no de los metales. Los metales solo eran el instrumento. Por
eso los que se impacientaban y se obsesionaban con el oro acababan consiguiendo
el efecto inverso, empeoran ellos mismos. La trasmutación, pero al revés.
El Alquimista impaciente. Lorenzo Silva.
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